Teníamos una bici que era una mierda y la metimos en una caravana. Entonces, sonó el teléfono. Era un amigo que nos estaba pidiendo una escalera. Decidimos enviársela por correo. Entramos en el estanco y compramos un sobre XXL.
El niño contemplaba el reloj sosteniendo el sombrero de su difunto abuelo. Solo le quedaban sus únicos amigos: unas huellas de su perro y una mierda que dejó atrás. De repente, sus padres le dieron una caja con su nombre escrito a lápiz. Contenía un pollo.
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Título: Un día más...
Estaba tranquilamente en el baño cuando, de
repente, ¡BANG!, escuché un ruido que venía de la cocina. Asustado, fui
allí rápidamente y ahí estaba, Felipe, mi desastroso gato. Los platos
rotos, las gafas rotas, el gato llorando... aquella situación era una
auténtica locura. Legué a la conclusión de que Felipe se había caído de
la escalera ya que esta estaba tirada en el suelo; un día más en mi
casa...
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¡Bang!
El pobre pajarito se precipitaba por el vacio. Su único pebsamiento era que no podría volver a sentir el calor del sol sobre sus plumas. Antes de cerrar sus ojos por última vez recordó las experiencias más bonitas e impactantes de su vida, como cuando salió del cascaron y vió por primera vez a su mamá, aquellas veces que jugaba con sus hermanos entre las flores a mediados de primavera...
Y todo acabó.
La carta que llevaba en el pico jamás sería entregada.
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Evaristo Serpentesio era un hombre alegre que tenía un gato blanco llamado Roger. Encontró las gafas de su dueño posadas en la mesa, las cogió y se las llevó corriendo. Evaristo fue detrás de él hasta que el gato se quedó sentado debajo de una escalera, sabiendo lo supersticioso que era su dueño. Evaristo se sentó enfrente de la escalera y de quedó observándole. Pasaron 12 horas y no se movían. Pasaron 24 y seguían ahí. Pasaron 48, pasaron 72...
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Los niños estaban jugando a las cartas cuando el menor de ellos se hizo caca encima. Su padre, el conductor, giró la cabeza para mirarle y desvió la vista de la carretera precipitándose por un barranco. La caravana cayó en un lago y comenzó a inundarse. Mientras que la familia subía al techo por la escalera, sus cosas, incluidas las bicis que tanto les había costado, se hundían. Solo les quedaba llamar por teléfono a emergencias.
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